Aviso: 3 parte de la triologia de Eragon
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Aviso: 3 parte de la triologia de Eragon
Nombre de la 3 entrega: Brisingr
«Brisingr tiene un significado muy particular para el legado de Eragon como jinete de dragón. En este nuevo libro, la palabra se convertirá en algo mucho más importante de lo que pudo haber imaginado jamás.»
Inicio:
Aunque Eragon y Saphira han logrado salir con vida tras unas cruentas batallas contra los guerreros imperiales, saben que ahora les aguardan pruebas más difíciles. Además de rescatar a Katrina de las garras de Galbatorix, el joven jinete deberá elegir entre guardar lealtad a los vardenos o prestar su fuerza a los elfos... En mitad de la encrucijada, los problemas empujarán a Eragon, el único capaz de salvar Alagaësia de la tiranía, a tomar una decisión de terribles consecuencias... ¿Será capaz de unir a las fuerzas enfrentadas para vencer al rey?
Fragmento:
Toda la información ha sido substraida de El circulo de lectores.
- Spoiler:
- (si no me equivoco era el hechizo para hacer fuego)
«Brisingr tiene un significado muy particular para el legado de Eragon como jinete de dragón. En este nuevo libro, la palabra se convertirá en algo mucho más importante de lo que pudo haber imaginado jamás.»
Inicio:
Aunque Eragon y Saphira han logrado salir con vida tras unas cruentas batallas contra los guerreros imperiales, saben que ahora les aguardan pruebas más difíciles. Además de rescatar a Katrina de las garras de Galbatorix, el joven jinete deberá elegir entre guardar lealtad a los vardenos o prestar su fuerza a los elfos... En mitad de la encrucijada, los problemas empujarán a Eragon, el único capaz de salvar Alagaësia de la tiranía, a tomar una decisión de terribles consecuencias... ¿Será capaz de unir a las fuerzas enfrentadas para vencer al rey?
Fragmento:
- Spoiler:
- Luz y sombra
Saphira rasgaba el suelo con los pies. ¡Vayámonos!
Eragon y Roran dejaron sus bolsas y las provisiones colgadas
de la rama de un enebro y treparon por la espalda de
Saphira. No tuvieron que peder tiempo en ensillarla; había
llevado los arreos toda la noche. Bajo su cuerpo, Eragon sentía
el calor del cuero moldeado, casi hirviente. Se agarró a la púa
del cuello para permanecer estable si había cambios repentinos
de dirección, mientras que Roran pasó su grueso brazo en
torno a la cintura de Eragon y blandió el martillo con el otro.
Un fragmento de esquisto crujió bajo el peso de Saphira
cuando la dragona se agachó y luego, de un solo salto vertiginoso,
se alzó hasta la cima del barranco, donde se equilibró
por un instante antes de desplegar sus alas gigantescas. Las
finas membranas repicaban mientras Saphira los alzaba hacia
el cielo. En aquella posición vertical parecían dos velas de
un azul transparente.
—No aprietes tanto —gruñó Eragon.
—Perdona —contestó Roran aflojando los brazos.
Les resultó imposible seguir hablando porque Saphira
volvió a saltar. Cuando llegó a lo más alto, bajó las alas en
una batida poderosa para lograr que los tres llegaran aún
más arriba. Cada aleteo los acercaba más a las nubes lisas y
estrechas que se extendían desde el este hacia el oeste.
Cuando Saphira apuntó hacia Helgrind, Eragon miró a la
izquierda y descubrió que, gracias a la altitud, alcanzaba a
ver una franja amplia del lago Leona, a unos cuantos kilómetros
de distancia. Una gruesa capa de niebla, gris y fantasmal
bajo el brillo del alba, emanaba del agua, como si un
fuego embrujado ardiera en la superficie del líquido. Eragon
aguzó la mirada, pero ni siquiera su vista aguileña le permitía
distinguir la otra orilla, ni las laderas sureñas de las Vertebradas,
cosa que lamentaba. No había vuelto a ver las
montañas de su infancia desde que abandonara el valle de
Palancar.
Al norte se alzaba Dras-Leona, una mole gigantesca y laberíntica
que parecía una fornida silueta contra el muro de
niebla que bordeaba su flanco oeste. El único edificio que
Eragon pudo identificar era la catedral donde lo habían atacado
los Ra’zac; su aguja irregular se alzaba sobre el resto de
la ciudad como una lanza rugosa.
Eragon sabía que en algún lugar del paisaje que desfilaba
veloz por debajo de ellos estaban los restos del campamento
en que los Ra’zac habían herido de muerte a Brom. Dio rienda
suelta a toda la rabia y el dolor que le provocaban los sucesos
de aquel día —así como el asesinato de Garrow y la
destrucción de su granja— para obtener de ellos el valor
—o, mejor dicho, el deseo— para enfrentarse a los Ra’zac en
combate.
Eragon —dijo Saphira—. Hoy no hace falta que mantengamos
en guardia nuestras mentes y nos escondamos
los secretos, ¿verdad?
No, salvo que aparezca otro mago.
Cuando el arco superior del sol coronó el horizonte, brotó
un haz de luz dorada. En un instante, todo el espectro de
colores dotó de vida a un mundo hasta entonces monótono;
brillaba el blanco de la niebla, el agua adoptó un intenso
azul, el muro embarrado que rodeaba el centro de Dras-Leona
reveló sus costados de un deslucido amarillo, los árboles
se ataviaron de todos los matices del verde y el suelo se ruborizó
de rojo y naranja. Helgrind, en cambio, permanecía
como siempre: negra.
La montaña de piedra crecía rápidamente a medida que
se acercaban. Incluso desde el aire resultaba intimidante. Al
lanzarse en picado hacia la base de Helgrind, Saphira se inclinó
tanto a la izquierda que Eragon y Roran se habrían caído
si no llegan a llevar las piernas atadas a la silla. Luego el
dragón recorrió como un látigo la pista cubierta de piedras y
sobrevoló el altar en el que los sacerdotes de Helgrind celebraban
sus ceremonias. El borde del yelmo de Eragon atrapó
el viento al pasar y emitió un aullido que casi lo dejó sordo.
—¿Y? —gritó Roran. No veía nada por delante.
—¡Los esclavos se han ido!
Eragon sintió como si un enorme peso lo aplastara contra
la silla cuando Saphira abortó el descenso y trazó una espiral
en torno a Helgrind en busca de una entrada al escondrijo
de los Ra’zac.
No veo ni un agujero en el que quepa una rata de bosque
—anunció.
Redujo la velocidad y se mantuvo en el aire ante una
protuberancia que conectaba la tercera cumbre más baja de
las cuatro con la siguiente. Aquel contrafuerte recortado
multiplicaba de tal manera los estallidos producidos por el
batir de las alas que se convertían en truenos. A Eragon le
lloraban los ojos por la presión del aire contra la piel.
Una redecilla de venas blancas adornaba la parte trasera
de los peñascos y pilares, donde la escarcha se acumulaba en
las grietas que iban recorriendo la piedra. Nada más perturbaba
la penumbra de las fortificaciones de Helgrind, oscuras
y barridas por el viento. Entre las piedras inclinadas no crecían
árboles, ni matas, hierba, musgo o líquenes, ni se atrevían
las águilas a anidar en los salientes de las torres partidas.
Fiel a su nombre infernal, Helgrind era un lugar mortal
y permanecía al abrigo de los pliegues de sus riscos y hendiluzduras,
dentados y afilados como navajas, como un espectro
huesudo que se alzara para hechizar la tierra.
Eragon proyectó su mente y confirmó la presencia de
uno de los esclavos, así como de otras dos personas que había
descubierto encerradas en Helgrind el día anterior. Sin
embargo, le preocupó no localizar a los Ra’zac, ni al Lethrblaka.
«Si no están aquí —se preguntó—, adónde habrán
ido.» Siguió buscando y descubrió algo que antes se le había
escapado: una sola flor, una genciana, había florecido a menos
de veinte metros de ellos, en un lugar donde, a todas luces,
sólo podía haber piedra sólida. «¿Cómo obtendrá la luz
que necesita para vivir?»
Saphira respondió a su duda al detenerse sobre un espolón
desmoronado, unos pocos metros a la derecha. Al hacerlo
perdió el equilibrio por un instante y batió las alas para
recuperarlo. En vez de rozar la mole de Helgrind, la punta
del ala derecha se hundió en la roca y volvió a asomar.
¿Has visto eso, Saphira?
Sí.
Saphira se inclinó hacia delante, dirigió la punta del hocico
hacia la roca escarpada, se detuvo a escasos centímetros
—como si esperase que se activara el resorte de alguna
trampa— y luego siguió avanzando. Escama tras escama, la
cabeza de Saphira se fue adentrando en Helgrind hasta un
punto en que Eragon ya sólo podía ver el cuello, el torso y
las alas.
¡Es una ilusión! —exclamó Saphira.
Con un tirón de sus poderosas ancas, abandonó el espolón
y avanzó el resto del cuerpo tras la cabeza. Eragon hubo
de recurrir al dominio de sí mismo para no taparse la cabeza
en un desesperado intento por protegerse al ver que el peñasco
se abalanzaba contra él.
Un instante después se encontró contemplando una cueva
amplia, abovedada e inundada por el cálido halo de la luz
matinal. Las escamas de Saphira reflejaban la luz y emitían
miles de temblorosas motas de luz azul sobre la piedra. Eragon
se dio la vuelta y vio que no había pared alguna tras
ellos, sólo la boca de la cueva y una abrumadora vista del
paisaje que se extendía más allá.
Eragon hizo una mueca. Nunca se le había ocurrido que
Galbatorix pudiera recurrir a la magia para esconder la madriguera
de los Ra’zac. «¡Idiota! Tengo que esforzarme
más», pensó. Subestimar al rey era la mejor manera de conseguir
que los mataran a todos.
Roran maldijo y rogó:
—Si vuelves a hacer algo así, avísame antes.
Eragon se inclinó hacia delante y liberó las hebillas que
lo ataban a la silla mientras estudiaba el entorno, atento a
cualquier peligro.
La entrada de la cueva era un óvalo irregular, de unos
quince metros de altura por dieciocho de anchura. Desde
allí, la cámara casi doblaba su tamaño antes de terminar en
un buen bauprés que caía hacia una pila de gruesas losas
apoyadas entre sí en una confusión de ángulos inciertos.
Una alfombra de rasguños de un gris polvoriento recorría el
suelo, prueba de las numerosas ocasiones en que el Lethrblaka
había despegado, aterrizado o caminado por allí. Como
misteriosos agujeros de cerraduras, cinco túneles bajos hendían
los costados de la cueva, al igual que un pasillo ojival de
tamaño suficiente para que cupiera Saphira. Eragon examinó
cuidadosamente los túneles, pero eran oscuros como la boca
del lobo y parecían vacíos, dato que confirmó con rápidas
proyecciones de su mente. Desde las entrañas de Helgrind le
llegaba el eco de unos extraños e inconexos murmullos, que
sugerían la presencia de seres desconocidos que correteaban
en la oscuridad y un goteo permanente de agua. Aumentado
por los confines de la cámara vacía, el sonido estable de la
respiración de Saphira se sumaba al coro de suspiros.
El rasgo más particular de la caverna, de todos modos, era
la mezcla de olores que la invadían. Dominaba el de la piedra
fría, pero por debajo de éste Eragon detectó vahos de humedad,
moho y algo mucho peor: el hedor de la carne podrida,
de una dulzura asquerosa.
Tras soltar las últimas cintas, Eragon pasó la pierna derecha
sobre la grupa de Saphira y quedó sentado de lado, listo
para saltar al suelo. Roran hizo lo mismo por el otro flanco.
Antes de soltarse, Eragon oyó, entre los múltiples crujidos
que le llegaban al oído, una serie de golpes simultáneos,
como si alguien hubiera aporreado la piedra con un montón
de martillos. El sonido se repitió apenas medio segundo después.
Eragón miró en dirección a aquel ruido, al igual que Saphira.
Una figura gigantesca y retorcida asomó a toda velocidad
por el pasillo. Ojos negros, hinchados y saltones. Un pico de
más de dos metros. Alas de murciélago. El torso desnudo, sin
vello, henchido de músculos. Garras como púas de hierro.
Saphira se tambaleó al intentar esquivar al Lethrblaka,
pero fue inútil. La criatura chocó contra su flanco derecho
con una fuerza y una furia que a Eragon le parecieron propias
de una avalancha.
No llegó a enterarse exactamente de lo que pasó después
porque el impacto lo mandó por los aires sin que en su mente
confusa llegara a formarse ni medio pensamiento. Su
vuelo acabó tan abruptamente como había empezado cuando
chocó con la espalda contra algo duro y liso y cayó al suelo,
golpeándose la cabeza por segunda vez.
Aquel último golpe desalojó de sus pulmones el poco aire
que le quedaba. Aturdido, permaneció encogido de lado, boqueando
y esforzándose por recuperar algo parecido al control
de sus extremidades, que no le respondían.
¡Eragon! —gritó Saphira.
Toda la información ha sido substraida de El circulo de lectores.
endreo- SPAMMER Honorífico
- Cantidad de envíos : 289
Fecha de inscripción : 02/09/2008
Re: Aviso: 3 parte de la triologia de Eragon
Por fin!!!!!!!!!!
Ya tenia ganas de que saliera el puto libro xDD.
Aunque ahora me tendré que leer el los otros 2 porque no me acuerdo de nada xDD
Saludos!!
Ya tenia ganas de que saliera el puto libro xDD.
Aunque ahora me tendré que leer el los otros 2 porque no me acuerdo de nada xDD
Saludos!!
Bokura- Staff ThunderboxBeta
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